Como no ver
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Apoyando su rostro sobre la mesa podía observarla, junto a la ventana, al otro extremo del salón. Él, junto a la pared, vivía en un territorio austero. Siempre se sintió uno de los abandonados, insípidos; de los que caminan tristes por la calle vacía, hasta Los Héroes; de los que se guardan en sus hogares, y piden cuerpos y personalidades prestadas para salir al mundo.
Pensaba que el amor no existía, que era algo físico y placer. Y le hicieron creer que la salvación estaba en un libro y en unos palos de madera, pero la obviaron. Lo que en tres años y fracción no reconoció, lo descubrió en el segundo perverso. Antes veía a todos uniformados, similares, clonados. Nunca la diferenció como ese destello que opaca todo, que ancló su mirada. Podía girar, correr, ocultarse, pero ya nunca pudo dejar de orbitarla.
Este era su parto, donde se daba a luz a sí mismo. Porque supo que el amor sin ella corroía, y deseaba no haber despertado del letargo. Quería que explotaran las palabras en su paladar, confesarlo, con letras de libros, con dramaturgia cliché. No sabia si llorar amargo, presionado contra la almohada, ahogándose; derramar con ira su impotencia; quedarse en silencio con una lágrima sola; apagar un cigarrillo en su cuerpo bastardo.
- Hola – dijo un centenar de veces, sin gesto amable, sin decir más.
- Hola – respondía educada, con acento ecuatorial
Apoyando su rostro sobre la mesa podía observarla, y así pasó el último mes maldito, en que en todos los minutos la recordaba. Trató de mentirse, de engañarse necio: confesaría su amor reprimido con nuevas sílabas, la llevaría hasta el aeropuerto gritando al cielo su amor. Trabajaría arduo, juntaría dinero, viajaría por ella, la encontraría ansiosa, expectante. Vivirían felices en cualquier lugar. Pero sólo bastan tres días para que parta, y él sigue siendo un cobarde. Siente que ha sido herrado, marcado con fuego, con hierro encendido. Que parió un amor en su alma infértil, tosca. Que es muy tarde para creer, que sus años pasaron. Pensaba en cómo retomar los hilos de una vida que jamás vivió. Ya no entiende nada, duda de su nombre común, de su credo salvador, de su familia correcta; sólo está conciente de una presión constante, profunda y aguda, que nace en su corazón.
Ed
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