Y yo que me amo sin condiciones, sin esperar nada a cambio.
Y yo que me quiero por ser como soy, exijo respuestas a largo plazo.
Noche
Mejor busco una hostería en Quillota.
Me despierto temprano..., me calzo mis zapatos. Las frazadas están en el suelo. Las sábanas están limpias y escucho gritos en la calle. Tres golpes en la puerta: “¿señorita, va a tomar desayuno?”... no respondo.Saco una toalla del closet y voy directo al baño. Enciendo la llave roja y espero dos minutos por el agua caliente. El vapor comienza a inundar la tina, el inodoro, el lavabo y ya no me veo en el espejo. Lanzo la toalla en cualquier parte, me siento en el piso y comienzo a fumar.
El baño es blanco, está limpio. Me quito los zapatos, toco el suelo con los pies y está frío. Fumo. El vapor inunda el resto de la habitación, no abro ventanas, no abro cortinas… pienso en mí. Creo en mi infelicidad y en la de los otros. Exigen mi amor y yo no quiero querer. Me paso la mano por el pelo y el cigarrillo termina por consumirse… lo apago en el piso y descarga su último pedazo de humo. Me doy pena. Soy niñita bien jugando a la depresión, me doy pena. Quizá tengo que aprender a crecer, reclamando tu propio crecimiento. A veces las cosas no tienen mayor explicación y sólo se debe esperar lo peor. Hoy me entrego a mi inquietud cerebral y comienzo a pensar en lo que voy a abandonar en Quillota. A fin de cuentas, la decisión está analizada. Me doy valor con besos en mis manos, me llevo los dedos al rostro, me quito las ganas de seguir muriendo. Abro tu papel:
Eso de la heterosexualidad
Me reflejé en ti. Me distraje y me besaste. Te besé con la misma intensidad de tu beso. Nos sentamos en la calle. Comenzamos a fumar. Me puse los anteojos de sol. El día no dijo nada… nada, hasta que confesamos nuestra heterosexualidad. El mundo se puso como loco, convulsionaba en nuestras manos… ¿y nosotros? Nosotros nada podíamos hacer, así que encendimos otro cigarrillo. Nos abrazamos, y desde ese rincón de calle contemplamos la agitación de un mundo que a esas alturas ya no valía nuestros sollozos, nuestra pena…
Me pongo de pie y dejo tu papel en el suelo. Voy hacia el velador, abro mi bolso y encuentro la caja de kitadol. Me llevo cinco a la boca, sin agua… sin motivo, fabrico saliva.
Vuelvo a sentarme en el piso del baño. Sonrío, me burlo de ese afán tuyo de decir nada. Me río de ti, me mofo a tu espalda. Te quiero lejos, no te soporto y te odio. Te odio porque no eres nada y crees serlo. Te aborrezco porque me das asco… Y te pienso escuchando canciones que no quiero volver oír, pensando que son para ti y para mí… y te quedas mintiendo, exigiendo un falso enamoramiento que no es tuyo porque lo obsequiaste. Me río de tu dolor infundado.
Siento ganas de vomitar. Me llevo el dedo índice donde comienza la lengua. Los ojitos se me llenan de lágrimas y arrojo algo parecido a la tristeza. El baño es difuso, el agua sigue cayendo y me quito la ropa interior. Me meto en la tina y comienzo a llorar. Pobre niñita que no sabe llorar.
Por Knox
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